viernes, 2 de marzo de 2007

goriladas





Tesis
A la conquista de la Capital
Telerman. El jefe de Gobierno porteño adelantó las elecciones de su distrito a junio y condicionó a sus adversarios. La campaña promete chicanas.
Por James Neilson. Ilustración Pablo Temes

Aún está desaliñada y las cicatrices que la desfiguran nos recuerdan que dista de haberse recuperado de la experiencia traumática que sufrió hace apenas cinco años cuando todo se desmoronaba en medio de un terremoto económico sin muchos precedentes en el mundo, pero a pesar de todo la Ciudad de Buenos Aires sigue siendo un enclave primermundista ubicado en un país que se ve hostigado por la pobreza, cuando no la indigencia, y el atraso. Incluye dentro de sus fronteras algunas villas miseria, pero se trata de anomalías. De independizarse, su producto per cápita superaría aquel de algunos países que son considerados ricos, está convirtiéndose en una meca turística para los deseosos de alejarse del invierno boreal y sus medios de difusión inciden tanto en el estado de ánimo del resto del país que el presidente Néstor Kirchner los trata como si conformaran un partido político opositor. Por ser ciudadanos de una gran metrópoli que en muchos sentidos tiene más en común con Madrid que con La Matanza, es lógico que las costumbres políticas de los porteños sean distintas de las de sus compatriotas que viven en el inmenso cinturón de pobreza que la rodea o en otras partes del territorio nacional. También lo es que, para frustración de los peronistas que constituyen una minoría despreciada que a menudo parece estar en vías de extinción, la jefatura de Gobierno de la Capital sea un premio casi tan suculento como el supuesto por la presidencia de la República, sobre todo para un político ambicioso que sueñe con usarlo como un peldaño hacia un destino todavía más encumbrado. Por lo tanto, aunque a Kirchner le encantaría que lo consiguiera uno de los suyos, en el caso de que lo lograra no podría sino sentirse inquieto porque sería casi inevitable que el elegido terminara rebelándose contra su tutela por representar un lugar cuyos intereses inmediatos no suelen coincidir con los de las provincias del interior del país. La Ciudad de Buenos Aires es tan sui géneris que hombres como el ex fiscal Aníbal Ibarra y su sucesor, el afrancesado Jorge Telerman, pueden desempeñar papeles estelares que con toda probabilidad les serían negados si se les ocurriera probar suerte al otro lado de la avenida General Paz donde abundan los que encuentran irresistible el peronismo impúdicamente clientelista de los intendentes bonaerenses que tantas críticas motiva entre los porteños. Aunque en tiempos de Carlos Menem éstos sorprendieron a muchos al votar a favor de la lista encabezada por Erman González en las elecciones legislativas, desde 1993 la mayoría ha repudiado a los candidatos justicialistas aun cuando se haya tratado de personas tan civilizadas, y tan atípicas, como el ex canciller Rafael Bielsa, que de haberse visto respaldado por otro partido pudiera haber logrado más.
Así las cosas, el presidente Kirchner tuvo que optar entre conformarse con el oficialismo dubitativo y poco obsecuente de Telerman que, al fin y al cabo, con cierta frecuencia da a entender que simpatiza con el "proyecto" presuntamente progre del gobierno nacional, y tratar otra vez de congraciarse con los porteños tentándolos con un candidato hecho a su medida, es decir, con uno que no se asemeja para nada a los individuos que cosechan más votos en la Argentina tercermundista. Puesto que no le gusta darse por vencido, Kirchner eligió repetir la misma maniobra que intentó con Bielsa, ofreciéndoles al ministro de Educación, Daniel Filmus, el que, por raro que parezca en un distrito supuestamente obsesionado por la educación, se ve en desventaja porque casi nadie sabe muy bien quién es.
Consciente de este detalle, Telerman calculó que no le convendría que los porteños tuviesen mucho tiempo para familiarizarse con un rival que, de levantar vuelo su campaña, podría ocasionarle dificultades graves, de ahí la decisión de celebrar las elecciones el 3 de junio, jugada ante la cual Filmus reaccionó dando a los maestros que cobran el mínimo un aumento salarial del 24 por ciento, medida que ya está provocando dolores de cabeza en la provincia de Buenos Aires donde Felipe Solá tendrá que hallar la plata para que la generosidad del ministro no sea meramente verbal, y empapelando las paredes de la ciudad con afiches en que se asegura que conocerlo es amarlo. De animarse, Filmus podría señalar que el gobierno en que sirve no sólo "triplicó el presupuesto educativo" sino que también quiere tanto a los porteños que obliga a los habitantes de jurisdicciones menos favorecidas, y mucho más pobres, a subsidiar su consumo de electricidad, pero sorprendería que fuera tan lejos.


Filmus, pues, tendrá que poner el pie en el acelerador para "instalar" su candidatura, pero sus problemas no son nada en comparación con los enfrentados por Mauricio Macri y sus partidarios. Gracias a Telerman, el empresario xeneize se ve obligado a elegir ya entre la Capital, donde podría ganar pero también podría perder en una eventual segunda vuelta contra Telerman o Filmus, y el país, donde en su opinión le aguardaría una derrota honorable a manos del pingüino emperador o la pingüina emperatriz que decida presentarse. La disyuntiva que enfrenta no es del todo sencilla. Para Macri, tropezar nuevamente en la Capital sería un desastre que pondría en peligro su futuro político porque significaría que ni siquiera es capaz de imponerse en su propio feudo, pero si llega segundo en el país en su conjunto el golpe recibido sería mucho menos mortífero. Después de todo, los más comprenden muy bien que votar por un Kirchner mientras la economía está creciendo a un ritmo alocado sólo quiere decir que quienes obran así están apostando a la continuidad, lo que dadas las circunstancias puede entenderse.
Si, contra los pronósticos de quienes prevén que le irá bien en la primera vuelta pero mal en el ballottage, Macri triunfara en la Ciudad de Buenos Aires, se adueñaría de una base territorial muy valiosa, y el manejo de los recursos correspondientes, que le permitiría prepararse para las elecciones presidenciales de 2011 ó 2015 cuando, se supone, el modelo productivo se habrá precipitado hace tiempo en una crisis que haya obligado al Presidente a hacer algo drástico y buena parte del país se sentirá harta de la arbitrariedad autocrática de la pareja gobernante. Si bien siempre existiría el riesgo de que se produjera otra calamidad terrible como la del boliche Cromañón que sea atribuible a la desidia y corrupción de las autoridades porteñas y por lo tanto a las hipotéticas deficiencias del jefe de Gobierno, se trata de la clase de eventualidad que todo mandatario que se precie tiene que estar preparado para afrontar. Además de poner en apuros a sus dos contrincantes principales, Filmus y Macri, Telerman se las arregló para dar a Kirchner motivos para preocuparse. A menos que gane su protegido, la ciudad más próspera del país será en adelante un bastión opositor ya que sería difícil que luego de una campaña electoral agitada, amenizada por una multitud de golpes bajos, el próximo jefe de Gobierno, fuera éste Telerman o Macri, sintiera demasiado afecto por el Presidente y sus colaboradores. Y lo que sería peor, si el ganador resultara ser Macri, tendría que convivir con un "neoliberal", o sea, la encarnación de una forma de pensar que le parece satánica, al mando de la capital del país que le ha tocado gobernar, lo que garantizaría que la relación entre los dos fuera todo menos amable.
Asimismo, el que a más de cuatro meses de las elecciones nacionales haya comicios importantes en que el candidato designado por el jefe máximo dista de ser el favorito no ayudará a sembrar la impresión de que el kirchnerismo constituye una fuerza imbatible que cuenta con el apoyo de todos los argentinos de bien. Puesto que una de las cartas de triunfo del oficialismo consiste precisamente en la noción de que mientras dure el boom sería suicida pensar en resistirlo, de suerte que todo político debería proclamarse resuelto a seguir al Presidente adondequiera se le antoje dirigirse, no le conviene que durante los meses próximos la gente sienta más interés por las vicisitudes de una campaña en que es evidente que sus partidarios, y por lo tanto los comprometidos con el "proyecto" que dice estar impulsando, constituyen una minoría y en que, para colmo, sus esfuerzos por dar una mano a su hombre podrían resultar contraproducentes. Aunque a Kirchner le será dado consolarse señalando que los porteños no son como los demás y que de todos modos en octubre sus votos no incidirían demasiado en el resultado final, el saber que en la parte más desarrollada y más progresista del país su manera de gobernar no cuenta con la aprobación mayoritaria no puede sino molestarlo.

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