jueves, 10 de enero de 2008

...que botines esperan ganar? si nunca un perro mira el cielo...


Lomje y el Gordo etica se despidieron una tarde de calor insoportable. En nombre de la contradiccion principal, haciendo uso de un desprendimiento ejemplar, Emilio dio la orden de reconstruir el movimiento nacional. Fue revulsivo y brutal como en Quebracho, para adelante...y por un instante fue el Yoda del "campo popular". Y los Lomjes, algunos , detras de esa idea. Asi Nestor hizo actos con las madres, las abuelas, los hijos, la CGT, los intendentes y nuestros Lomjes y nuestros Gordos Eticas. Alli se conocieron. Hoy los Primos Perros negocian en posiciones mas fuertes que los Lomjes...y los Gordos Eticas, siempre estan.
Habia una disputa ideologica, claro que la habia y no estamos en condiciones de dar una definicion academica pero esa era una contradiccion tan importante como la primera a la que aludia el Yoda. Los Gordos Eticas lo sabian y de forma inorganica, tumultuosa y con una intuicion nativa hicieron "causa comun". Les sumaron nuevos actores pero nunca perdieron la localia.
Mientras tanto una casta, que paso su adolescencia disfrutando de lo que papa curraba, ensaya su gestualidad de dirigente; algunos Lomjes, algunos Gordos eticas, los que tengan menos que perder los copian.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Triste, solitario y final

No estamos hablando de futbol...













jueves, 27 de septiembre de 2007

Lomje los recibio


Lomje volvio a sentirse libre o muerto jamas esclavo, recibio en su oficinita, en la que antes parloteaba con el Gordo Etica sobre lo bien que le hace al pais la union del peronismo..."las balas del cuerpo de tu padre salieron del arma del mio".

¿el legado de Kirchner? La aventura antropologica de los boludos de los Lomjes en el mundo de los vivos gordos eticas...gracias Kirchner, por vos la policia para a un hijo con documentos "contradictorios" y lo deja seguir pidiendo disculpas...eso es un PAIS EN SERIO.

...Mientras tanto en Chapadmalal (o como mierda se escriba) la tia Alicia propone a los "tecnicos" enseñarles a intendentes y gobernadores que "se puede trabajar de otra manera" (sic). Y los gonzalitos que son Massa (otra matilde) y los Nelsiton (hijos de la realeza de la Santa Cruz de la concha de su madre) se quejan porque "les tengo que pagar el pasaje a estos que se vinieron para aca"...Lomje piensa y en ese instante, despues de ser expulsado del paraiso Sushi, despues de ser expulsado de los museos de Emilio Serpico; se vuelve mas libre o muerto jamas esclavo y llega a la conclusion llena de beneficios (tales como haber pasado una infancia de mierda, cobrar indemnizaciones y conseguir trabajo en el Estado) que la plata del Estado es de los de la sangre azul que manejan los recursos del mismo en dos niveles:

uno, como la empresa o los campos con los empleados y asi con los pobres wichis o los pobres a secas...

otro, como la gran fiesta del choreo...

Lomje se indigna "para los wichis nada y para los turros que la chorean, todo"

En fin, la calidad democratica no es sopa, es juicio y secuestro, es manejo institucional del choreo y la reputamadre que los repario.

(gracias sonia por las fotos y la ayuda : http://www.psicoflower.blogspot.com/)
...mientras tanto un Qom llora desde el conurbano, su nuevo gran chaco...
gracias chuna, vamos a ver si conmovemos a estos pelotudos


y ya que estamos con "victimas"...





























las victimas silenciosas, de las que nadie habla...bah, algunos hablan...

Vinieron siguiendo la ruta del "palo santo", que ellos usan para hacer artesanias y , asi, integrarse a la evangelizacion del MERCADO; y que nuestro modelo NAC&POP exporta a China, para que estos mierdas nos importen saumerios para que Sandra Russo coja con su niño-joven antes de ver "¿cumbia europea?" o Manu Chao ...
Por Sandra Russo
Hace poco estuvimos en Niceto para escuchar a Dick el Demasiado. Me dejé convencer, porque aunque la cumbia electrónica es tan moderna, no deja de replicar a la cumbia que me impidió dormir durante casi un año. Mis vecinos de abajo eran en ese entonces decenas de chaqueños llenos de chicos que cada fin de semana cumplían años o tomaban comuniones, y la cumbia invadía mi casa esas madrugadas. Yo intentaba dormir cerrando las ventanas y poniendo burletes, pero el sonido a ese volumen (la cumbia no puede ser escuchada a bajo volumen, se desnaturaliza, pierde una de sus condiciones naturales) se filtraba como la lava de un volcán, y era de fuego todo lo venía de abajo. Era de fuego el clima de ese baile entre cerveza y vino de damajuana. Era de fuego el tenor del lenguaje que cargaba los gritos y las carcajadas de hombres y mujeres, como si no hubiese niños, como si los niños que cumplían años o tomaban comuniones fueran la excusa (tener tantos niños era parte de esa estrategia) para que cada sábado y domingo esos hombres y mujeres tuvieran su ceremonia de liberación, su territorio propio de fiesta y fiesta y fiesta, hasta el amanecer. Era de fuego, también, el arma de uno de los hombres, que me había dejado entrever cuando una noche, ya pasadas las cinco, les toqué el timbre llorando, porque estaba descontrolada por el cansancio y el aturdimiento. Mientras una de las mujeres me decía que iban a bajar el volumen (siempre me decían lo mismo), el hombre me dejaba ver el arma. Definitivamente, la cumbia había quedado sellada en mi memoria como la banda de sonido de algunas de las peores noches de las que puedo acordarme.
Y sin embargo, allí estaba ese sábado, en Niceto, escuchando a ese holandés bizarro, sintiendo cómo los sonidos impactaban en diferentes partes del cuerpo. Eso sí podía sentirlo y disfrutarlo. Cerraba los ojos y cada agudo y cada grave eran lugares de mi cuerpo, y eso estaba muy bueno. Pero no podía mantener los ojos cerrados mucho tiempo, digamos más de diez segundos, porque había tanta gente y esa gente circulaba tanto, que los empujones me desestabilizaban y es más, terminé en el piso. Además esa gente, que escuchaba esa música a un volumen tan fuerte que impactaba en sus cuerpos, no reconocía, como advertí asombrada, la distancia prudente entre un cuerpo y el otro.
¿Cuál será la distancia prudente entre un cuerpo y el otro? ¿Por qué mi asombro, más que otra cosa, ante esa irrupción de codos y pantorrillas y caderas y manos y vasos con tragos que se derramaban? No salgo mucho, es cierto. Pero asocié aquella sensación con una nota que ya escribí, “Cuerpos peronistas”, en la que abordaba la relación cuerpo a cuerpo peronista y apuntaba que entre las condiciones para comprender el sentimiento peronista había que experimentar el roce de los cuerpos en las marchas y los actos y había que evaluar el roce de los cuerpos peronistas como una herramienta natural, una noción del roce nacida quizá del hacinamiento, o quizá de lo que a lo largo de toda la historia de Occidente fue el impulso dionisíaco de fundir lo individual en lo colectivo.
¿Cuál será la distancia prudente entre un cuerpo y otro? La respuesta posible, naturalmente, cualquier respuesta posible, es política. Hay una economía del espacio corporal y de la interrelación de esos cuerpos. Y podría decirse que, en general, si no es a través de manifestaciones políticas, artísticas y deportivas, nuestras vidas cotidianas y ordinarias no nos proporcionan oportunidades para que nuestros cuerpos se rocen gozosa o relajadamente. La imagen que llega sola es la de un vagón de subte o tren en hora pico. Son esos roces crispados, cargados de recelo, de cansancio. En las colas de los bancos, por ejemplo, y sin que nadie lo haya graduado ni codificado, la gente mantiene una distancia consensuada con quien tiene delante, y espera lo mismo de quien tiene atrás. Acercarse demasiado o quedarse un paso más atrás de lo debido inquieta al resto. Cierta inercia compartida, una electricidad común hace que la fila se reacomode rápidamente y la distancia consensuada vuelva a instalarse. Nuestros cuerpos no se rozan. Nuestras voces se están dejando de rozar. Nuestros cuerpos están siendo intermediados por aparatos a los que recurrimos para comunicarnos con los demás, pero estamos desaprendiendo a leer caras que expresan lo que no pueden decir, o a escuchar tonos de voz que desmienten lo que esa voz está diciendo. Nos estamos ateniendo a lo que los otros nos dejan saber, y hacemos lo propio. Nuestros cuerpos son bases desde las que emitimos mensajes que llegan a sus destinatarios sin rastros de nuestros cuerpos. No hay caligrafía nerviosa, ni tartamudeo, ni manos torpes, ni rubor. Y así y todo, la gente se enamora por correo electrónico y uno debe creerles, ¿por qué no? Se enamoraron así. Sin rozarse.
Federico, que me llevó a ver a Dick el Demasiado, se compró una bandeja para pasar vinilos. Cuando la estrenó, me dijo que fue muy fuerte, para él, descubrir “lo físico” de la púa rozando el disco. Federico es mucho más joven que yo. Yo crecí con un tocadiscos en mi cuarto, y sé lo que es rayar un disco de escucharlo tanto. Pero hay varias generaciones digitales, que pueden ver, como antropólogos del pasado reciente, “lo físico” de una púa rozando un vinilo. Ese roce perdido entre una cosa y otra yo creo que a veces nos hace mal.





"10 wichis sueltos en bs as"







Kirchner, los judios y los desaparecidos

Yo (me) acuso

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Por Ernesto Semán *
Ser funcionario de la comunidad judía es hacer un poco como mi abuela, que abría la puerta de su departamento de Villa Crespo reclamando “¿Cuándo nos vemos?”.
“Pero abuela, nos estamos viendo.”
“Sí, ahora. Pero cuándo nos vamos a ver.”
Hay que pedir una entrevista con la autoridad, y en la entrevista pedir otra más. Y como la autoridad siempre tiene otra cosa que hacer, hay que darle al pedido un carácter dramático, otro tono tan caro a nuestro pueblo. Es algo estratégico, pero también atávico. Los árabes trabajan sobre la base de la sinuosidad, los judíos se hacen fuertes en la insistencia. Los que mamamos de ambos somos gente difícil.
La comunidad judía ejerció el poder de las víctimas para hacerse fuertes en la vida pública y lograr la debida atención a sus reclamos. Casi siempre con justicia, exigiendo un compromiso y eficacia del Estado en la investigación de los atentados de 1992 y 1994, y en algunos casos orillando la extorsión desde la debilidad, como durante la anterior visita de Kirchner a Nueva York, cuando algunas organizaciones describían (y otras no desmentían) una ola de antisemitismo en la Argentina que, vista desde el Norte, prenunciaba un verdadero kristallnacht porteño.
En el reclamo de anteayer a Irán, Néstor Kirchner fue inteligente por varias razones: porque el momento fue oportuno, y las acusaciones fueron tantas en esta semana que después del tercer round Ahmadinejad ya ni preguntaba de dónde venían los sopapos; por haber encontrado el tono de un Estado soberano, ni cooptado por un sector de su país, ni al servicio de una aventura internacional ajena, y porque, en éste como en algunos otros temas centrales, Kirchner encontró la forma de hacer lo que cree correcto y hacerlo de forma tal de poder capitalizarlo (aunque en este punto resulta conveniente puntualizar que el Gobierno ha compensado generosamente esa inteligencia de largo alcance con otras decisiones menos afortunadas, algo que la mera existencia de Macri en la Capital se encargará de recordar.)
Internacionalmente, Kirchner termina su mandato allí donde lo empezó, haciéndose fuerte en recoger y asumir el reclamo de víctimas que connotan la historia argentina reciente: del 2003, recordando que “somos hijos de las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo”; al 2007, buscando que la presión sobre Irán logre determinar quiénes y por qué organizaron el atentado a la AMIA. Puede ser azaroso, pero interesa su consecuencia, porque el trazo de ese recorrido sutura algunas de las heridas más significativas de la Argentina, y lo hace en un ámbito (las Naciones Unidas) donde afrontar esas deudas tiene la menor carga posible de utilización política y la mayor contribución a un orden internacional que se pueda hacer desde un país políticamente tan remoto.
Quizás entonces sea el momento de que esa retroalimentación entre el Gobierno y las víctimas paradigmáticas empiece a resquebrajarse, de que un correcto accionar de la Justicia y el fin de una “impunidad preferencial” para distintos sectores permitan que, con el tiempo, emerjan otras víctimas de tantas otras injusticias, y que éstas tengan tanto espacio y legitimidad como aquellas para imponer condiciones y construir poder y condicionar políticas. Y permita también que en la política, la condición de víctima deje de ser un signo de identidad, “allá los muertos que entierren/como Dios manda a sus muertos”, en palabras del heterodoxo comunista español Gabriel Celaya.
No es un proceso fácil ni corto, y aquellos carcomidos por la ansiedad de “dejar el pasado atrás” deberán resignarse a que la mejor forma de evitar estos fastidiosos reclamos es que los hechos que los provocaron no vuelvan a suceder. Pero para que eso no sea una excusa también es necesario hacerse cargo del paso del tiempo, sobre todo porque “ser víctima” no es una acción deliberada, nadie lo elige, y nada intrínseco diferencia a la víctima de un inocente, hasta que llega la acción del victimario. Es de esperar que incluso aquellos que optaron por caminos que los exponían a la posibilidad de ser víctimas buscaran el éxito y no la caída. Dicho de otro modo: las víctimas y sus familiares no son mejores per se ni tienen más derechos que los inocentes. A la larga, quienes desplazan tan fácilmente la idea de víctima a la condición de héroe no sólo manipulan un poco el pasado, sino que consolidan un nuevo statu quo injusto, usurpando un lugar al que tantos otros tienen derecho y extendiendo generosamente una fuente de autoridad moral para organizar la realidad y asignar premios y castigos: según los diarios, por ejemplo, un representante de las víctimas de la AMIA dijo anteayer que “nos sentamos a diez metros de Ahmadinejad, y la verdad es que sentimos que estábamos frente al diablo”, un despropósito cuando está en boca de quienes con su palabra pública construyen, cada día, el sentido de ser judío en la Argentina. Cualquiera que haya estado en un mismo cuarto con Antonio Bussi o haya compartido el barrio con quienes torturaron a nuestros familiares y luego volvieron a la vida civil como si tal cosa sabe que la connotación diabólica del victimario es un efecto de nuestra propia lectura, que en la mayoría de los casos, Ahmadinejad incluido, el diablo luce más o menos como cualquiera de nosotros.
La perpetuación de la victimización, además, hace imposible una relación más sincera con los millones de “no víctimas”. Produce una injusticia perpetuando una supremacía sobre los inocentes, cuyo único pecado inicial fue no haber sufrido de forma directa el castigo de la dictadura argentina o del terrorismo islámico. Una injusticia que es aún mayor cuando la condición de víctima local se enreda deliberadamente con un conflicto más grande, como el de Medio Oriente, donde los roles son, por decirlo de algún modo, más complejos. Pero además, volviendo a la Argentina, ofrece una falsa expiación a esos mismos millones, que lavan sus culpas en el altar de la memoria, la sobreactuación del recuerdo y hasta la reinvención del propio pasado: quizá sea necesario emparejar un poco el terreno y ponerse de igual a igual para que los inocentes puedan contar, de una vez, por qué no vieron, por qué no se dieron cuenta, por qué no hicieron nada.
No es casualidad que la preeminencia de las víctimas en este siglo en buena parte del mundo coincida con el auge del periodismo como discurso dominante. Condenado a un presente eterno, el periodismo descarta todo lo que tenga proyección en el tiempo y por lo tanto pueda, en el futuro, convertirse en pasado, para recuperarlo desde un nuevo lugar, un presente que de nuevo vuelva a morir. Las víctimas nos movemos como pez en el agua en esa narración trivial del periodismo, fingiendo que recordamos aquello que en verdad extendemos en el tiempo, donde el presente no adquiere ningún espesor porque la experiencia no se acumula, el pasado es presente todo el tiempo, la historia no existe y la víctima nunca pierde su altar, porque en verdad sigue alimentando su herida.
Por muchos y muy fundados motivos, la política de las víctimas ha estado en la base de la transición democrática argentina. Con su discurso de anteayer, Kirchner volvió a asumir, quizá por última vez, el doble lugar de víctima y representante de los mismos. Si el tiempo y los años acompañan y el país garantiza algunas certezas a sus ciudadanos, quizá también sea el momento de entender que una parte necesaria del triunfo de las víctimas es empezar a dejar de serlo.
* Escritor y periodista. Su próxima novela, Todo lo sólido.